Cuando terminó el día se me cayó la cazuelita encima de mi pijama favorito.
Normal.
Había vuelto a pasar. Después de llegar a lo más bajo, de estallar, de perder la confianza, había recibido llamadas que esta vez sí eran importantes. En un día, me ofrecieron tres trabajos y rechacé otro más. En un día lloré, reí, me callé, hablé, tuve miedo, confié, me alegré, me entristecí, me sentí orgullosa de mí misma, me odié,… y más cosas. Normal.
Hablé con muchas personas, y podría haber hablado con más aún. Todas me dijeron que estaba bien, quizás porque leían la duda en mis ojos. Yo no hacía más que repetir las cosas positivas en voz alta, como para creérmelas. Realmente, había muchas cosas positivas. No había que preocuparse. “No es una tragedia”. “Puedo echarme para atrás cuando quiera”, “son sólo unos meses”, “ya se irá viendo”. No había que tener miedo. Pero lo tenía. Normal.
Mi vida siempre ha sido así. Siempre me han gustado las convulsiones. Soy suave, sí, y me gusta la paz de sus ojos y la seguridad de mi burbuja. Pero siempre he ido a escalar montañas, y sueño con dar la vuelta al mundo y con protagonizar películas. Había tenido un día surrealista y mi futuro se presentaba así.
En el fondo yo no sé de qué me extrañaba… Realmente, yo nunca he sido muy normal.