martes, 8 de febrero de 2011

Los viajes

Siempre nos remueven, nos agitan.
Mi amiga, que fue hermana en otras vidas, acaba de emprender un viaje y no sabe cuándo va a volver. Se la veía nerviosa, y ansiosa. Miraba diferente, quizás queriendo retener todas nuestras imágenes. Sentía que, aunque vaya a estar a una hora y media de distancia, se tenía que despedir de todos estos años. Nuestro último abrazo estuvo lleno de lágrimas. Eran lágrimas de tristeza, pero también de orgullo, y de miedo, y de admiración. Yo la dije que no se preocupara, que mis piedras cruzaban océanos, y cuando lo necesitásemos, sólo tendríamos que lanzar una (como hacíamos de pequeñas).
Hace unos días yo tuve un viaje. Fui en burbuja de champagne, pompa de jabón. Me dormí ese martes a las 9 de la mañana y soñé con una ciudad oscura, pero llena de luz. Hay un río grande, ancho, que tiene en sus orillas lugares mágicos. Dejamos besos en muchos rincones, muchas risas en su aire frío, muchas palabras de amor. El sábado me desperté. Y aún cuesta volver a la realidad.  Pero él dice que nuestra vida aquí también es bonita. Y tiene toda la razón. Porque es nuestra.
Nosotros estamos de viaje continuo. El viaje hacia las Ítacas (ese poema siempre en mis labios). Un viaje en el que lo importante no es el destino, sino el vuelo. Los lestrigones amenazan con aparecer, mas nosotros seguiremos como Odiseo, rumbo a Eea.

Sueño con hacer un viaje que dé miedo y que no tenga fecha de vuelta, sueño con llenar de fotos mi globo terráqueo, sueño con seguir encontrándome cíclopes a los que derribar y nácar y coral.
Contigo.

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